miércoles, 9 de marzo de 2022

Soliloquio #11

 Dicen que hoy es el día para alzar la voz. Y si no es el único, yo lo aprovecho por todas las veces que me callé, porque igual que las mujeres a las que conozco he vivido las consecuencias del machismo muy de cerca. Afortunadamente, no lo he encarado en todas sus formas. Me he librado del machismo que mata, por ejemplo. Eso hasta ahora, después, quién sabe.

Conozco el machismo que te grita cosas por la calle, que se te queda viendo las piernas en el transporte, que te toca sin que tú quieras. El que es tu amigo, hasta que te pones borracha y entonces te vuelves presa. El que se quita el condón sin avisar, porque ahora sé que los novios también violan; ese machismo que cree que por ser tu pareja es tu dueño. Que le molesta que te diviertas sin él, que salgas, que bailes, que tengas amigos, que te llama “fácil” solo porque estaba celoso. Todo eso yo lo había normalizado, finalmente son cosas que pasan, ¿no? Eso ya se ha visto antes, peleas de pareja, cosas que se perdonan porque “estaba pedo”. Nada grave.

Después me tocó vivir con el machismo que te llama la mujer de su vida y escribe poemas, pero a puerta cerrada te dice “eres una inútil, me estorbas”. ¿Exageraba, me imaginaba cosas? Ese machismo quería que yo fuera SU esposa, y por eso le molestaba que hubiera conocido a otros. El que me decía que no le gustaba tanto como sus novias anteriores porque yo ya no era virgen, y entonces así no me podía moldear a su antojo. El machismo al que le molestaba que yo ganara más dinero. El que cuando se sentía inseguro me comparaba con su ex (aunque antes lo había escuchado decir cosas horribles de ella), criticaba mi cuerpo, me humillaba, me hacía sentir culpable por querer viajar sola o por tener deseos sexuales. Ese que se sentía tan amenazado si yo me tocaba que me insultaba: “estás enferma”. Sí porque mi placer tenía que pertenecerle, tenía que venir solo de él.

Ese machismo gritaba y le pegaba a la pared cuando yo lo hacía enojar, porque era mi culpa, ¿no? Yo no recogía, no sabía armar muebles, no lavaba bien los trastes. “¿Por qué te cuesta tanto hacer bien las cosas?” El que no se cansaba de repetirme “para que aprendas” cuando me regañaba, porque se sentía con el derecho de educarme. Al que le tenía tanto miedo que intentaba complacerlo en todo porque no quería que se molestara conmigo.

Con ese machismo yo quería pasar mi vida, estaba dispuesta a olvidarme de mí y de hecho lo hice. A él le supliqué arrodillada que no me dejara cuando amenazó con hacerlo. Para entonces yo ya me sentía tan poca cosa como me lo había repetido que no creía merecer más que eso. Y ahí me quedé, avergonzada de mí misma, sin hablarlo. ¿A quién le iba a decir que estaba viviendo todo eso? Qué pinche pena.

Hoy lo reconozco: esto sucedió y yo lo permití. No es una historia de buenos y malos, es una dinámica mucho más compleja. Lo sé porque vi cómo en un mismo hombre pueden convivir estas actitudes nocivas con la compasión y la empatía por sus amigas, primas, hermana o madre. Me consta que él intentó cambiar y que entendía que había un problema, pero el machismo cuando está tan arraigado puede envenenar incluso a los hombres más inteligentes.

Lo cuento porque quiero demostrar que estas cosas pasan más cerca de lo que creemos, con personas que admiramos y queremos, pero sobre todo lo cuento porque NO ME VUELVE A PASAR, NO ME VUELVE A PASAR, NO ME VUELVE A PASAR. 

Ahora entiendo en qué fallé yo, también en mí hay una parte violenta que respondió a estos patrones con actitudes de las que ahora me arrepiento. Y que quede  claro que él no tenía la culpa de que yo no me quisiera, esa solo fue una terrible coincidencia. Estoy trabajando en reevaluar cómo me relaciono con los demás y conmigo misma. Hoy quiero perdonar todo el daño que me han causado y del que me sigo recuperando, quiero perdonarme a mí misma por consentirlo, y quiero pedir perdón a las parejas que haya lastimado en el camino.


lunes, 21 de febrero de 2022

Soliloquio #10

 Fue Día del Amor y la Amistad y me di cuenta de que nunca me he enamorado; pensaba que sí, pero no. La primera vez confundí incertidumbre con amor, la segunda resignación con amor, y la tercera sacrificio con amor. Los tres sucesos, que devinieron en rupturas cada vez más dolorosas, comparten un origen: la creencia de que el amor debía romperme para luego transformarme. Según lo que había visto, leído, escuchado y creído hasta hace poco, el amor para vivirse tenía que sufrirse. La idea de luchar por el ser amado implicaba sentir dolor, que habría de ser recompensado una vez vencidos los obstáculos de la relación, cualesquiera que fueran.

La ilación de lo lastimoso con el enamoramiento suena contradictoria, pero la realidad es que no es difícil caer en esta falacia cuando desde pequeños somos educados bajo esa noción. Tal vez la primera gran historia de amor que nos contaron fue la de Romeo y Julieta: enamorarse es estar dispuesto a morir por el otro. Enamorarme es negar mi existencia si esta implica su ausencia. Poco a poco permea la idea de que soy insuficiente, no me basto sola. Luego llegaron los cuentos de hadas que narraban las hazañas de príncipes tan valientes que solo por un beso de la princesa cabalgaban a tierras lejanas para combatir dragones. Enamorarme es tomar riesgos por el otro a quien no conozco, pero idealizo. 

Enamorarse es ser una sola carne, desdoblarse y volcarse en el otro. Ser los dos uno mismo, almas gemelas. Pareciera que el mayor acto de amor es olvidarse de sí y entregarse sin cuestionamientos; una entrega que siempre implica posesión. Si el otro me elige para ser suya y me reconoce como objeto de deseo, valgo. A su vez para recibirme debe soltar quien es, de lo que resulta un encuentro vacío. 

Querer ser el todo de la otra persona y a cambio convertirla en el nuestro es la gran mentira del amor romántico. La promesa de una unión sempiterna resulta insostenible si se sigue la premisa de que para amar hay que abandonarse. ¿De qué sirve entregarlo todo cuando una se reduce a nada? 

"Sin ti no sé vivir", "Eres todo para mí", "A donde vayas, yo voy", "Eres todo lo que quiero", "Te necesito", "Eres toda mi felicidad", "Tengo miedo a perderte", ¡cuántas frases hay que por su dramatismo creíamos románticas! De la literatura, la idea del amor como suplicio pasó a las canciones. Crecimos escuchando toda clase de versos que pregonaban idolatría entre amantes. Si no cantábamos sobre encontrar el amor, tarareábamos coros para lamentarnos por haberlo perdido. El desbordamiento emocional era necesario para demostrar amor incondicional. Teníamos que pelear por el otro, insistir en continuar sin importar qué tan desgastante pudiera ser mantenerlo cerca.

¿Pero de dónde viene la añoranza de ser dueño del otro, de sus celos y pasiones? ¿De dónde nace la necesidad de ser contenido por la voluntad ajena? ¿Por qué provocarte solo yo y nadie más? Creo que hacerse cargo de uno mismo es abrumador, por eso anhelamos a otro que reconozca en nuestra existencia algo preciado. Es de fuera de donde viene el impulso de preservarnos, el afán de ser salvados a la vez que intentamos ser salvador. Elijo consagrarme a ti, porque es más fácil que enfrentarme a mis carencias. 

El verdadero acto de amor no es desvivirse por el otro, sino vivir por uno mismo. Amar a alguien es liberarlo de la responsabilidad de hacerme feliz. 

lunes, 24 de enero de 2022

Soliloquio #9

 Esta semana vi el documental de Netflix sobre Caitlyn Jenner, antes conocida como William Bruce Jenner. En poco más de una hora se abarca su infancia, adolescencia y carrera como atleta olímpico. Sin embargo, el foco principal del filme es proyectar cómo la disforia de género condicionó la mayor parte de su vida, hasta que hizo pública su transición.

Al igual que la mayoría de personas transgénero, Caitlyn relata haberse percibido diferente a los demás desde una edad temprana. Su infancia estuvo marcada por dos factores: la dislexia, padecimiento que le dificultaba el aprendizaje, y la constante sensación de incomodidad con su cuerpo. Debido a esto, creció con una autoestima profundamente lacerada que no le permitía valorarse intelectual ni físicamente. A mi parecer, la mayor consecuencia de estas inseguridades fue la soledad en la que se vio sumergida tan pronto como comenzó a tomar conciencia de ellas. 

Un año antes del nacimiento de Jenner, en 1948, el endocrinólogo y sexólogo, Harry Benjamin, ya trataba a pacientes con disforia de género en Estados Unidos. En los años 50 abrió la primera clínica clandestina para aquellos que buscaban una reasignación de sexo, pues el procedimiento era ilegal en ese país. Basaba sus estudios sobre la disforia de género en bibliografía alemana que existía desde los años 20 y 30, que a su vez refería a escritos del psiquiatra austriaco, Richard von Krafft-Ebbing; quien en 1877 fue pionero en el estudio del fenómeno transgénero. Y mucho antes que en la comunidad científica, las personas transgénero ya eran reconocidas en Mesopotamia, Indonesia, India y hasta en la cultura zapoteca desde hace cientos de años. 

Sin embargo, dentro del contexto social y la época en la que se crió Jenner, hablar de identidad de género no era lo común que es actualmente; para un niño limitado por su entorno, explicar lo que pasaba en su interior resultaba poco más que imposible. Así, ignorante de lo que sucedía en el mundo, creció con la idea de que su caso era único, que no había más personas como él. Se condenó a vestirse con ropa de mujer solamente a escondidas y a guardar el secreto por alrededor de sesenta años. Seis décadas en las que en silencio se preguntaba si lo que hacía lo convertía en una aberración ante Dios, mortificado por su educación religiosa protestante. 

Durante su adolescencia y primeros años de juventud, descubrió en el deporte a un aliado. No solo le ayudó a tener más confianza, ya que comenzó a mostrar facilidad para las actividades atléticas, sino que también era el puente perfecto para entrar al mundo en el que tanto ansiaba ser aceptado: el de los varones. Interesarse por el deporte afianzaba su virilidad ante los demás, pero sobre todo ante sí mismo; tal vez así eventualmente se volvería un "hombre normal". Su compromiso con el atletismo lo llevó a ser seleccionado para participar en el decatlón de las olimpiadas de 1972 en Munich. Ese año no logró subir al podio, pero atestiguó el triunfo de Nikolái Avilov quien ganó con una puntuación de 8454 unidades, un nuevo récord mundial. Como se acostumbra hacer con todos los ganadores del decatlón, el soviético fue nombrado el mejor atleta del mundo, título que desde entonces se convirtió en una obsesión para Jenner.

Cuatro años después regresó a la competencia en Montréal 1976, habiendo entrenado con el solo propósito de batir el récord de Avilov. Caytlin ahora reconoce que su motivación no era la medalla de oro, ni siquiera romper el récord por el récord mismo, sino demostrar qué tan hombre era. ¿Qué mejor competencia para hacerlo que el decatlón? Ya que esta prueba exige fuerza, velocidad y resistencia para completarla, en su mente eso era sinónimo de masculinidad. Anhelaba admiración por ser el  más fuerte y veloz, sí; pero, sobre todo, quería ganar para querer ser hombre. Detrás de su lógica, si el mundo entero lo aplaudía por ser quien pretendía ser, mágicamente él se aceptaría también. Quería querer ser ese hombre, ese personaje que se había construido ante los demás.

Luego de dos días de competencia, Bruce Jenner ganó el primer lugar del decatlón con un total de 8634 puntos, superando el récord de Avilov. En sus palabras, tan pronto como recibió su medalla se llenó de terror; estaba ahí, era el mejor atleta del mundo y aún así seguía siendo profundamente infeliz. ¿Cuánto dolor tuvo que haber sentido como para romper un récord mundial en su búsqueda de aprobación? Aún peor sería la desesperación de vivir bajo la fachada de héroe deportivo que él mismo creó, pues luego de su triunfo su vida se encontraba bajo el escrutinio público.

En la década de los 70,  marcó por teléfono de manera anónima a una asociación de apoyo a personas transgénero. Era la primera vez en toda su vida que platicaba de lo que sentía con otra persona. Luego de esa conversación con uno de los psicólogos de la fundación, tomó la decisión de comenzar su transición; sin embargo, poco tiempo después suspendió el tratamiento hormonal. La idea de enfrentarse al mundo con una nueva identidad lo aterraba. Tendrían que pasar más de dos décadas para que, finalmente, a los 65 años de edad y luego de dos divorcios iniciara su transición. En julio de 2015 posó para Vanity Fair como Caitlyn. Al final del documental comparte la que hasta el día de hoy sigue siendo su mayor preocupación, ¿la aceptará Dios después de lo que hizo? 

En pleno 2022 la comunidad trans sigue siendo blanco de discriminación y crímenes de odio. No solo han tenido que vivir la estigmatización de su condición a inicios del siglo pasado, la normalización de las terapias de electrochoques como tratamiento, la persecución por parte de la iglesia y la constante lucha por el reconocimiento de sus derechos, ahora también se enfrentan a la caricaturización de lo que la gente cree que significa ser transgénero. No importa la década, lo que subyace a la intolerancia siempre es la ignorancia. El mismo motor que llevó a una persona a romper un récord mundial, es el que lleva a otro millón a suicidarse. ¿De verdad queremos permanecer indiferentes ante tanto sufrimiento?



“Intersexes exist, in body as well as in mind. I have seen too many transsexual patients to let their picture and their suffering be obscured by uninformed albeit honest opposition. Furthermore, I felt that after fifty years in the practice of medicine, and in the evening of life, I need not be too concerned with a disapproval that touches much more on morals than on science.”


Harry Benjamin

sábado, 21 de agosto de 2021

Soliloquio #8

Me encontré a mi ex en Bumble. Su foto era una selfie tomada en el espejo de un elevador en el que he estado, de un edificio que conozco y hasta podría decirles a qué piso iba o al menos de cuál venía. Vestía una camisa azul que por un año encontró su lugar en mi clóset, el mismo que ahora se ha quedado semivacío. Pone en su perfil que tiene 29 años, sé cuándo los cumplió: exactamente cuatro días después de que se fue. ¿Hijos? Dice que le interesa tenerlos algún día. En cierta época quiso tenerlos conmigo, sé qué nombres pensó para ellos y cómo le gustaría educarlos. Sé también que jamás se atrevería a pegarles. Busca, dice, a alguien con quien platicar de cualquier tema, gente interesante; aunque el tipo de relación que quiere no le queda clara aún. ¿Yo?, buscaba lo mismo. Alguien con quien pudiera platicar por horas, alguien interesante, sin ninguna pretensión. 

Qué extraño fue toparme con él. Una especie de déjà vú que no deja de ser una mala broma. De no conocerlo le habría dado swipe a la derecha, pero eso ya pasó en la vida real y no funcionó. Lloré mucho rato, no por querer volver, sino por la certeza de que no quiero eso ni él. Lloré por lo que no fue. Lloré porque incluso siendo tan compatibles en algo así de frívolo, las cosas no salieron como pensábamos. Es verdad, a él le gusta conversar largo y tendido. Al conocerlo tan cruda y francamente supe cómo llevar la historia de alguien más a cuestas puede derrumbarte y sacudir hasta lo más profundo. Al final se nos acabaron los temas para platicar y lo interesante se volvió rutina.

Un día me bastó en la app para darme cuenta de que ahí no iba a encontrar nada valioso. Irónicamente la única persona que busca lo mismo que yo, ya lo vivió conmigo. Después de tres horas y dos matches eliminé mi perfil. Por ahora no tengo planes de volver a usar ninguna app así. Antes de esto había intentado con Badoo, pero la historia fue la misma, veinticuatro horas ahí me bastaron para confirmar que nadie quiere realmente platicar, ni le interesa conocerte. Nadie quiere hablar conmigo ni de ovnis, ni de reptilianos, ni les intriga saber mi opinión sobre la filosofía de Wittgenstein. 

Consideré tal vez ser más libre, tratar de mantener relaciones casuales, pero eso no va conmigo. No me acomoda la frivolidad de las apps, me asquea el descarte o aprobación inmediatos basados en qué, o las "conexiones" que se quedan en un cúmulo de conversaciones que no llegaron a ningún lado. Pero es eso, finalmente, lo que me llevó ahí: el deseo de conexión. Ciertamente en internet y en sitios de citas eso no es más que un espejismo. Cuando difícilmente se logra de manera orgánica durante la vida, querer forzarlo a través del celular es pura necedad. 

Además, quien decidió estar sola fui yo, con todas sus consecuencias. Toca más bien aprender a vivir con ello y dejar de esperar a que el celular vibre. Toca conocerse a una misma antes de "quedar" con alguien más.



lunes, 10 de febrero de 2020

Soliloquio #7

De poesía no sé mucho, no entiendo cómo funciona su métrica aunque me la hayas explicado tantas veces. Ni sé leer versos como lo haces tú, con la cadencia y el tono adecuados para darle a cada palabra la fuerza que requiere. En cambio, sé decirte que te quiero aunque a veces me equivoque y me gane el miedo. Sé que tus ojos son los de un niño curioso que se asombra por las cosas que a muchos otros les parecen tan comunes. Sé acariciarte los labios, las orejas, la nariz y seguir el trazo de las venas en tus manos. Sé escuchar la franqueza que permea tu risa. Sé formar un refugio entre tus brazos. Sé consolar tu llanto. Sé admirar tu arrojo y la disciplina que te ha convertido en hombre. Sé leer en tu mirada el gusto, la tristeza y la alegría. Todo esto sé, y sin embargo a veces me creo perdida, incapaz de amarte; pero por errar no osaré perderte. Sábete, mi amor. Sábete mi amor.



lunes, 4 de febrero de 2019

Soliloquio #6

El Chapo Guzmán fue acusado de drogar y violar a menores de edad, niñas de tan sólo 12 o 13 años, porque supuestamente creía que obtenía de ellas algún tipo de energía. Alex Cifuentes compartió esta información con las autoridades estadounidenses como parte del juicio que se lleva a cabo desde hace algunos meses en contra del narcotraficante mexicano.

Cifuentes, quien fue mano derecha del Chapo e incluso vivió con él en Sinaloa durante una temporada, aseguró que él mismo le ayudó a drogar menores para sostener relaciones sexuales con ellas. Según sus declaraciones, el Chapo elegía a las niñas de un catálogo que habitualmente le enviaba la Comadre María, otra de sus cómplices. Una vez que escogía a sus víctimas pagaba alrededor de 5 mil dólares para obtener acceso a ellas, a las más pequeñas las llamaba sus "vitaminas".

Aunque esta información era del conocimiento de las autoridades no fue presentada ante el jurado durante el proceso contra el Chapo porque se consideró demasiado tendenciosa; sin embargo, el juez a cargo del caso ordenó hacerla pública a escasos días de que se dicte sentencia. La defensa negó rotundamente la veracidad de estas declaraciones y señaló que eran carentes de pruebas, lamentando especialmente el momento tan decisivo en el que salieron a la luz.

Personalmente, no me sorprendería si las alegaciones de Cifuentes fueran verdaderas. El Chapo no parece un individuo de moral irreprochable, sino todo lo contrario, ¿falta recalcar que dirigía un cártel de droga? Por eso me intrigó bastante la respuesta que han tenido algunos usuarios en redes sociales frente a esta noticia.

Sólo me bastó un minuto en la sección de comentarios de un enlace a la nota para encontrar más de diez personas a favor del Chapo. Gente que no sólo creía en su inocencia, sino que afirmaba que esto era una artimaña del PRI, Enrique Peña Nieto o incluso de Trump para manchar el nombre del narcotraficante. Las teorías conspirativas que leí explicaban que como se había revelado que Peña Nieto recibió sobornos del narco, ésta era una especie de venganza para hundir al Chapo.






Simplemente el comentario más estúpido de todos...

Sabía que en el país, sobre todo en provincia, existía una especie de admiración hacia la vida de los narcotraficantes; incluso, algunas series televisivas lanzadas en años recientes parecían afianzar esta idea entre la población. Sin embargo, creo que aún me cuesta concebir hasta qué grado la fascinación por este tipo de personas puede desafiar el sentido común.

El hecho de que en varios comentarios se haga referencia al origen humilde del Chapo y todo lo que sufrió de niño, o cuánto "ayudó" a la población menos afortunada me revuelve el estómago. Esta romantización de la pobreza de la gente de abajo me parece estúpida, por decir lo menos. Dentro de la lógica de estas personas, el Chapo es INCAPAZ de abusar sexualmente de menores de edad porque no nació en cuna de oro, porque tuvo una vida difícil y luchó para salir de ella. Guzmán es inocente porque no es como la gente de dinero, aquella que es malvada y corrupta por naturaleza. Y si es culpable, se le perdona.

La dicotomía entre ricos y pobres o malos y buenos es especialmente peligrosa en un país donde el crimen va en alza y la justicia parece no tener lugar. Se nos olvida que el discurso maniqueísta pocas veces es efectivo para explicar la complejidad del mundo en el que vivimos. En este caso, impide ver lo absurdo que es apoyar a un hombre envuelto en actividades ilícitas sólo porque sus antagonistas pertenecen al gobierno.

Para muchos, el capo no es más que un hombre trabajador víctima de las circunstancias. No ven al acusado que espera cadena perpetua por sus crímenes.  A pesar de esto, es más creíble que Peña Nieto le esté levantando falsos a pensar siquiera que Guzmán es un pedófilo. ¿Por qué?, porque el Chapo es gente humilde y por ende noble.

Abogan por la reputación de Joaquín Guzmán como si su "oficio" no fuera razón suficiente para desprestigiarlo. Y no es que defienda a Enrique Peña Nieto- que no faltará quien concluya eso de este texto- creo que nadie duda de lo corrupto que fue su gobierno; pero debemos analizar por qué es tan difícil admitir que de los nuestros también salen arrocitos negros.

Hace falta romper la ilusión del llamado "pueblo bueno", aquel que nos exhortan a perdonar porque peca sólo por necesidad, y olvidarnos de halos de pureza o santidad.

jueves, 19 de julio de 2018

Soliloquio #5

<<I love that after I spend the day with you, I can still smell your perfume on my clothes. And I love that you are the last person I want to talk to before I go to sleep at night. And it's not because I'm lonely, and it's not because it's New Year's Eve. I came here tonight because when you realize you want to spend the rest of your life with somebody, you want the rest of your life to start as soon as possible>>.


When Harry Met Sally... 



Hace poco, muy poco, terminé una relación amorosa que hasta ese momento había durado tres años y seis meses. Hace poco, muy poco, empecé otra con la esperanza de que dure muchísimo más tiempo. Y me pregunté: <<¿Estoy siendo una maldita?>>.

Tal vez ustedes son muy jóvenes y no lo recuerdan, o simplemente no crecieron con sus abuelas viendo programas de chismes y no les interesa, pero hará unos doce años que en el mundo del espectáculo se desató un escándalo muy picosito cuando al sujeto apodado el Pirru se le vio muy acaramelado con Ana Bárbara a tan sólo unos meses de la muerte de su esposa. Como dijo alguien a quien admiro profundamente, <<el cadáver aún no se enfriaba>> y el Pirru ya tenía a otra. No ahondaré en los detalles de este tema, aunque penosamente cuento con los conocimientos para hacerlo, porque el punto que verdaderamente me atañe en esta entrada es reflexionar sobre la idea de que tras cualquier ruptura romántica existe la obligación de guardar un tiempo de luto.

Parece que ser feliz tras un rompimiento de este tipo es tabú, o mejor dicho, ser inmediatamente feliz con alguien más es lo moralmente reprochable. Y aunque mi caso es muy distinto al del infame Pirru, algo identificada me siento. Por supuesto que mi historia no llenará las páginas del TVyNotas ni alimentará la plática casual de las señoras en el salón de belleza, pero sí que levantará una que otra ceja de aquellos que, a falta de un mayor acercamiento, juraban que mi relación con quien ahora es mi ex iba viento en popa.

Tanto fue mi miedo al escarnio público que acordé con mi pareja mantener lo más discreto posible todo este asunto. Sólo los más cercanos a nosotros lo sabrían, pues me preocupaba lo que podrían pensar de mí quienes conocían mi antigua relación, y el daño que iba a causarle a la persona con quien había compartido el último periodo de mi vida. <<Pensará que no me importó, pensará que le fui infiel>>.

Sin embargo, como pasa siempre que uno es feliz, irremediablemente quise compartir mi dicha con cuanto ser humano se cruzaba por mi camino. Y es así como a unas semanas de haber comenzado, decidí como buena milénica hacer pública mi relación en redes sociales. Puede parecer un paso irrelevante, incluso innecesario, pero fue importante para mí. Sabía que no sólo mis conocidos y los de mi ex se enterarían, sino él mismo. Él, a quien hasta hace unos meses le había jurado amor eterno.

¿Esto quiere decir que no sentí nada de lo que le dije o prometí? No. Como ya varios filósofos lo establecieron, es posible desear un bien aparente sin darse cuenta de ello. Aferrarme a algo que no era conveniente para mí ni para la otra persona fue el primer error que no me atreví a admitir hasta que fue demasiado evidente como para seguir ignorándolo. El segundo fallo fue negarme a aceptar que estaba sintiendo algo por otra persona, y en este aspecto sí que hubo una omisión consciente.

¿Por qué mentir sobre la naturaleza de mis sentimientos? Aunque he pensado varias razones, creo que lo que me motivó a hacerlo fue el miedo a dejar atrás un proyecto de vida que había planeado durante años y que más que un deseo, era ya una obsesión. No importó cuán tóxica podía ser mi relación, yo ya estaba acostumbrada a ella y estaba cómoda... pero no feliz. Ninguno lo estaba desde hacía tiempo.

Mi luto lo viví al darme cuenta de esto. Saber que ahí ya no había nada que hacer para que las cosas funcionaran me ayudó a superar la ruptura incluso antes de que sucediera. Por supuesto, siempre será triste perder a alguien que fue importante en tu vida, sobre todo si aún lo estimas, pero a veces alejarse también alivia.

Y es así como hoy escribo esto, un poco para calmar cualquier culpa, para enfrentarme al qué dirán, a manera de apología, como una disculpa atrasada. Finalmente, ni yo soy el Pirru ni él es Ana Bárbara, ni mi vida es tan relevante... tampoco es eterna; así que hoy opto por disfrutarla.