Dicen que hoy es el día para alzar la voz. Y si no es el único, yo lo aprovecho por todas las veces que me callé, porque igual que las mujeres a las que conozco he vivido las consecuencias del machismo muy de cerca. Afortunadamente, no lo he encarado en todas sus formas. Me he librado del machismo que mata, por ejemplo. Eso hasta ahora, después, quién sabe.
Conozco el machismo que te grita cosas por la calle, que se
te queda viendo las piernas en el transporte, que te toca sin que tú quieras. El
que es tu amigo, hasta que te pones borracha y entonces te vuelves presa. El que
se quita el condón sin avisar, porque ahora sé que los novios también violan; ese
machismo que cree que por ser tu pareja es tu dueño. Que le molesta que te
diviertas sin él, que salgas, que bailes, que tengas amigos, que te llama “fácil”
solo porque estaba celoso. Todo eso yo lo había normalizado, finalmente son cosas
que pasan, ¿no? Eso ya se ha visto antes, peleas de pareja, cosas que se perdonan
porque “estaba pedo”. Nada grave.
Después me tocó vivir con el machismo que te llama la mujer
de su vida y escribe poemas, pero a puerta cerrada te dice “eres una inútil,
me estorbas”. ¿Exageraba, me imaginaba cosas? Ese machismo quería que yo
fuera SU esposa, y por eso le molestaba que hubiera conocido a otros. El que me
decía que no le gustaba tanto como sus novias anteriores porque yo ya no era
virgen, y entonces así no me podía moldear a su antojo. El machismo al que le
molestaba que yo ganara más dinero. El que cuando se sentía inseguro me
comparaba con su ex (aunque antes lo había escuchado decir cosas horribles de
ella), criticaba mi cuerpo, me humillaba, me hacía sentir culpable por querer
viajar sola o por tener deseos sexuales. Ese que se sentía tan amenazado si yo
me tocaba que me insultaba: “estás enferma”. Sí porque mi placer tenía que
pertenecerle, tenía que venir solo de él.
Ese machismo gritaba y le pegaba a la pared cuando yo lo
hacía enojar, porque era mi culpa, ¿no? Yo no recogía, no sabía armar muebles,
no lavaba bien los trastes. “¿Por qué te cuesta tanto hacer bien las cosas?” El
que no se cansaba de repetirme “para que aprendas” cuando me regañaba, porque
se sentía con el derecho de educarme. Al que le tenía tanto miedo que intentaba
complacerlo en todo porque no quería que se molestara conmigo.
Con ese machismo yo quería pasar mi vida, estaba dispuesta a
olvidarme de mí y de hecho lo hice. A él le supliqué arrodillada que no me
dejara cuando amenazó con hacerlo. Para entonces yo ya me sentía tan poca cosa como
me lo había repetido que no creía merecer más que eso. Y ahí me quedé,
avergonzada de mí misma, sin hablarlo. ¿A quién le iba a decir que estaba viviendo
todo eso? Qué pinche pena.
Hoy lo reconozco: esto sucedió y yo lo permití. No es una
historia de buenos y malos, es una dinámica mucho más compleja. Lo sé porque vi
cómo en un mismo hombre pueden convivir estas actitudes nocivas con la compasión y la empatía por sus amigas, primas, hermana o madre. Me consta que
él intentó cambiar y que entendía que había un problema, pero el machismo cuando está tan arraigado puede envenenar incluso a los hombres más inteligentes.
Lo cuento porque quiero demostrar que estas cosas pasan más cerca
de lo que creemos, con personas que admiramos y queremos, pero sobre todo lo
cuento porque NO ME VUELVE A PASAR, NO ME VUELVE A PASAR, NO ME VUELVE A PASAR.
Ahora entiendo en qué fallé yo, también en mí hay una
parte violenta que respondió a estos patrones con actitudes de las que ahora me
arrepiento. Y que quede claro que él no tenía la culpa de que yo no me quisiera, esa solo fue una terrible coincidencia. Estoy trabajando en reevaluar cómo me relaciono con los demás y
conmigo misma. Hoy quiero perdonar todo el daño que me han causado y del que me
sigo recuperando, quiero perdonarme a mí misma por consentirlo, y quiero pedir
perdón a las parejas que haya lastimado en el camino.